Trapecio


Título original: Trapeze / Año: 1956 / País: Estados Unidos / Duración: 101 min / Director: Carol Reed / Guión: Liam O ‘Brien y James R. Webb sobre la novela de Max Catto / Fotografía: Robert Krasker/ Música: Malcolm  Arnold / Reparto: Burt Lancaster, Tony Curtis, Gina Lollobrigida, Katy Jurado, Thomas Gomez…/ Sinopsis: Mike Ribble ha sido uno de los pocos trapecistas que ha conseguido hacer el triple salto mortal, pero tras un accidente realizándolo termina trabajando como tramoyista en el circo. Allí lo busca Tino, el hijo del gran Orsini, que quiere que le enseñe a ejecutar el triple salto. Entre el dúo se interpone Lola, cuyo afán, gracias a su belleza, es triunfar en el circo.

Atención: Este análisis contiene spoilers

Ambición, amor, entrega, sacrificio o lealtad son conceptos universales que se dan en las relaciones entre las personas prácticamente en cualquier contexto. Incluso, y con más intensidad, en el mundo del circo. Esto es lo que se nos muestra en la película Trapecio. Aunque aún era reciente el éxito de crítica y público de El mayor espectáculo del mundo (Cecil B. De Mille, 1952), el director Carol Reed, que por aquella época ya era un director consolidado gracias a El tercer hombre (1949), decidió adaptar a la gran pantalla una novela del escritor Max Catto.

La producción cobró importancia gracias a la llegada de Burt Lancaster, para cuyo papel no tuvo que hacer muchos esfuerzos puesto que, antes de ser actor, había trabajado en el circo, de ahí el imponente físico que luce en un buen número de sus películas en los años 40 y 50, Trapecio entre ellas. Al reparto se unió un joven Tony Curtis, quien comenzaría con Trapecio una carrera con títulos relevantes como Chantaje en Broadway (Alexander Mackendrick, 1957) de nuevo formando pareja artística con Lancaster, Los Vikingos (Richard Fleischer, 1958) junto a su entonces esposa Janet Leigh y Kirk Douglas, con quien volvería a coincidir en Espartaco (Stanley Kubrick, 1960), o Con Faldas y a lo loco (Billy Wilder, 1959) al lado de Jack Lemmon y Marilyn Monroe.

El peso femenino y exótico del reparto lo aportaron la actriz italiana Gina Lollobrigida, la cual ya era famosa por su intervención en  Pan, amor y fantasía (Luigi Comencini, 1953) y su primera incursión en Hollywood, La burla del diablo (John Huston, 1953) con Humphrey Bogart. Por último, en un papel menor pero importante, aparece la actriz mejicana Katy Jurado, que había participado en Solo ante el peligro (Fred Zinnemann, 1952) al lado de Gary Cooper y Grace Kelly

La película narra una historia donde el terreno profesional se mezcla con los temas personales de una manera determinante. Tino Orsini (Tony Curtis) es un joven con ganas de triunfar en el circo y para eso viaja hasta París para conocer Mark Ribble, el ultimo trapecista que ha sido capaz de realizar el triple salto mortal y que se quedó cojo al hacerlo en una actuación. Un tramo de la película muestra las maneras que Tino tiene de demostrar ante Ribble que vale para ese oficio, de hecho es hijo de un referente en el mundo del espectáculo. Los intentos incluyen piruetas en el circo y en plena calle ya que lo que él quiere es impresionar a Ribble para que lo tome bajo su tutela y le enseñe lo que él sabe.

Otro tipo de ambición es el que representa el personaje de Lola (Gina Lollobrigida), quien no duda en dejar a sus compañeros para formar trío artístico con Tino y Mark. Es en ese momento cuando la trama se complica porque se da a entender que en una relación de dos personas una tercera puede turbar la unión, en este caso totalmente profesional,entre ambos trapecistas, ya que en el número que realizan uno se encarga de agarrar al que da las piruetas en el aire. El intento de Lola de seducir primero a Mark y luego a Tino con el fin de entrar en el número del trapecio es visto como un peligro por Mark y la primera actuación de los tres juntos está llena de tensión y recelo, haciendo creer al espectador que Mark no agarrará a Lola durante el número, pero esto no sucede. Lo que sí llama la atención es el número en solitario que Lola realiza cuando ya la actuación de los tres ha finalizado, en un ejemplo claro de su deseo de destacar.

La trama se complicará cuando Lola, que mantiene una relación con Tino, inicie otra con Mark. El momento crítico es cuando Tino lo descubre todo y pega a Mark airadamente, poniendo en peligro las actuaciones en el circo, porque Tino se niega a actuar con Mark. Pero éste consigue colocarse en su puesto y consigue que Tino realice el triple salto mortal sin red debajo, lo que añade emoción al momento. Pero este éxito es el fin de la relación entre los tres y Mark se marcha desolado solamente consolado por Rosa (Katy Jurado).

La película tiene sus mejores momentos en las actuaciones de los trapecistas, para las que Lancaster se negó a que un especialista realizara su parte, y están filmadas magníficamente con una sucesión de planos en los lugares idóneos de la pista de circo para apreciar los saltos y las acrobacias en el aire, acompañados por la hermosa música de “El Danubio azul” de Strauss. En definitiva, una película para gozar visualmente, gracias también a la fotografía de Robert Krasker y a tres actores en estado de gracia, aunque sus personajes no caigan bien por igual, debido a sus actos. El filme fue apreciado por el público y la crítica como demostró el Premio del Público y el Oso de Plata concedido a Burt Lancaster en el Festival de Berlín por su lograda actuación.

NOTA:

Tormenta blanca


Título original: White Squall / Año: 1996 / País: Estados Unidos / Duración: 127 min / Director: Ridley Scott / Guión: Todd Robinson / Fotografía: Hugh Johnson / Música: Jeff Rona / Reparto: Jeff Bridges, Scott Wolf, Ryan Phillippe, John Savage, Jeremy Sisto, Caroline Goodall, Eric Michael Cole, Balthazar Getty, David Selby…  / Sinopsis: En otoño de 1960, trece jóvenes se enrolaron en el buque escuela Albatross sin saber que vivirían una odisea que cambiaría sus vidas para siempre. A las órdenes del duro y curtido capitán Sheldon, exploraron los misterios del Caribe y del Pacífico Sur. Sin embargo, cuando ya se acercaba el final del viaje, el Albatross tuvo que enfrentarse a un devastador fenómeno de la Naturaleza: la Tormenta blanca.

Atención: Este análisis contiene spoilers

Amistad y supervivencia. Estos serían los dos conceptos que se reflejan en Tormenta blanca, una de las películas a reivindicar del director Ridley Scott. El prolífico artífice de clásicos contemporáneos como Alien, el octavo pasajero (1979) o Blade Runner (1982) se interesó a mediados de los años 90 por la historia real de un buque escuela, el Albatros, que naufragó en 1961 a consecuencia del fenómeno meteorológico que da título a la película. El tema de los viajes marítimos ya lo había plasmado en parte Scott en la película rodada justamente anterior a ésta, 1492. La Conquista del Paraíso (1992), sobre el descubrimiento de América. Precisamente en Tormenta blanca hay planos de la travesía del buque escuela que recuerdan a los de las carabelas de Colón en el mencionado filme.

Scott supo planificar adecuadamente la película, ya que, aparte del naufragio, refleja con gran sabiduría la vida en el mar y ,sobre todo, la creación de vínculos amistosos entre los jóvenes alumnos que se embarcan en un viaje que marcará sus vidas. Uno de los aciertos de la película es su reparto, encabezado por Jeff Bridges, un actor de carácter desde que despuntara con La última película (Peter Bogdanovich, 1971). Bridges, en el papel del capitán Sheldon, expresa a la vez dureza, sobre todo en la mirada, y ternura hacia los chicos a los que tiene a su cargo. Entre el elenco adulto también destacan John Savage, recordado por ser uno de los amigos protagonistas de la impactante El cazador (Michael Cimino, 1978), encarnando a un profesor de Literatura, y Caroline Goodall, conocida por La lista de Schidler (Steven Spielberg, 1993), como la esposa del capitán. En un papel menor los nostálgicos de la televisión podrán ver a David Selby, el recordado Richard Channing, de Falcon Crest (1981-1990). El reparto se completa con jóvenes actores de diversa trayectoria como Scott Wolf, uno de los hermanos de la serie Cinco en familia (1994-2000) y actualmente en la nueva versión de V, o Jeremy Sisto, también famoso actor televisivo gracias a la serie de culto A dos metros bajo tierra (2001-2005). Pero el actor que sobresale es un joven Ryan Phillippe, que a partir de esta película despuntaría en títulos como Crash (Paul Haggis, 2005) o Banderas de nuestros padres (Clint Eastwood, 2006). Su composición del traumatizado Gil Martin es sencillamente conmovedora.

El guión de la película está estructurado de tal manera que el espectador coge cariño a la mayoría de los personajes, ya que se muestra la evolución de muchos de ellos a través de una serie de escenas que resultan simpáticas, como la llegada de unas holandesas al barco y la manera que tienen algunos de los chicos de acercarse a ellas o de impresionarlas. Otras escenas sirven para ver cómo evoluciona la relación entre varios de los jóvenes hasta forjar una amistad, como cuando el personaje de Scott Wolf y el de Ryan Phillippe ayudan a un compañero a aprobar los exámenes o cuando defienden al personaje de Jeremy Sisto después de que haya matado a un delfín y el capitán decide que debe marcharse, ya que ellos son testigos de la dura situación familiar que éste tiene y lo perjudicial que sería la expulsión. Todo este muestrario de situaciones hace que el naufragio del barco, que ocurre a media hora del fin del metraje, sea un auténtico mazazo. Las muertes de personajes como el de Ryan Phillippe o el de Caroline Goodall son impactantes porque Scott rueda esta parte de la película de una forma realista y angustiosa y, sobre todo, porque a los personajes mencionados se les muestra vivos mientras el barco se hunde, por lo que siempre hay una pequeña esperanza de que se salven, pero no es así, por lo que la frustración de los personajes y el público es mayor.

El tramo final, tras el naufragio, se transforma en una película “de juicios” que tan bien reflejan los americanos. El capitán del barco es denunciado y se le quiere juzgar por el accidente del barco pero esta parte de la historia sirve para demostrar, sobre todo gracias al personaje de Scott Wolf, cómo los alumnos defienden a su patrón y la escena se remata con un abrazo entre todos que reincide de nuevo en la unión entre los personajes.

La película puede parecer que flaquea en algunos momentos porque las diversas peripecias de los jóvenes parecen que podían haberse desarrollado más, como capítulos de una serie de televisión, pero lo cierto es que esta es una historia llena de escenas y detalles muy significativos como el hecho de que se presente al profesor de Literatura recitando un fragmento de La Tempestad, de William Shakespeare, un título premonitorio de lo que vivirá la tripulación más adelante. Otra escena destacada es aquella en la que los chicos van a una isla desierta y la recorren hasta encontrar un cofre con un cuaderno donde dejan constancia de que han estado allí. Esta escena tiene unas de las imágenes más bellas de la película con ese territorio virgen e inexplorado donde los jóvenes se sienten libres. Precisamente esta escena se recupera al final para recordar los nombres de los fallecidos y lo que hicieron los supervivientes, todo ello mientras suena la canción Valparaíso de Sting, el complemento perfecto para que en más de una garganta se haga un nudo tan fuerte como la amistad de esos muchachos, la cual sólo el naufragio del barco pudo romper.

NOTA:


También la lluvia


Ficha técnica:

Título original: También la lluvia / Año: 2010 / País: España / Duración: 105 min / Directora: Iciar Bollain / Guión: Paul Laverty / Fotografía: Alex Catalán / Música: Alberto Iglesias / Reparto: Luis Tosar, Gael García Bernal, Juan Carlos Aduviri, Karra Elejalde… / Sinopsis: Costa, un descreído productor de cine, y Sebastián, joven e idealista realizador, trabajan juntos en un proyecto ambicioso que van a rodar en Bolivia. La cinta que van a filmar tratará sobre la llegada de los españoles a América poniendo el acento en la brutalidad de su empresa y en el coraje de varios miembros de la Iglesia que se enfrentaron con palabras a las espadas y las cadenas. Pero Costa y Sebastián no pueden imaginar que en Bolivia, donde han decidido instalar su Santo Domingo cinematográfico, les espera un desafío que les hará tambalearse hasta lo más profundo.

Iciar Bollain parece que ha encontrado su lugar en el cine: directora con oficio, actriz precoz —El sur (1983)– y guionista ocasional; una creadora todoterreno cuya experiencia e intereses la sitúan entre las mejor capacitadas para sacar al cine español del previsible retroceso temático y mal uso técnico (está rodada en 3D) que supondrá Torrente 4 (2011). Su asociación sentimental y artística con Paul Laverty –uno de los mejores guionistas británicos actuales y colaborador habitual de Ken Loachle ha permitido dirigir un filme basado en un material mucho mejor trabajado que otros guiones suyos escritos en colaboración: Flores de otro mundo (1999), Te doy mis ojos (2003), Mataharis (2007).

También la lluvia (2010) podría haber sido el nuevo filme de Loach, pero este detalle resulta irrelevante, puesto que Bollain la ha dirigido con el mismo estilo entre apasionado, lúcido y desencantado de su admirado mentor, al que conoció durante el rodaje de Tierra y libertad (1995). La diferencia es que esta vez el tema –el saqueo español de América en el siglo XV y el de las multinacionales en el XXI– resulta mucho más cercano al público hispano que los habituales conflictos y dramas políticos de la historia anglosajona.

El filme contrapone el rodaje de un filme acerca del expolio/genocidio español de las colonias recién descubiertas por Colón –ya era hora de que el cine español hablara sin tapujos de este tema– con la lucha desesperada de un grupo de vecinos (que además intervienen como extras en el rodaje) por el aumento del precio del agua a causa de la privatización del suministro. La mezcla de ambas historias permite presentar los diferentes grados de (falso) compromiso que solemos exhibir al enfrentarnos a situaciones que nos hacen conscientes del diferencial de bienestar que mantenemos con buena parte del mundo que nos rodea, con nuestro egoísmo y nuestra doble moral respecto a lo que entendemos por activismo e implicación en la lucha contra la injusticia y las desigualdades que contribuimos a perpetuar.

No falta nada en este repaso ya conocido por los habituales del cine de Loach: sin ir más lejos, la escena de la asamblea popular, calcada a la que aparece en El viento que agita la cebada (2006) o la misma Tierra y libertad; o el retrato de un mundo incapaz de mejorar debido a la suma de nuestros egoísmos individuales, que se interponen como un muro cuando la cosa amenaza con involucrarnos en exceso. En el haber del tándem Bollain/Laverty hay que reconocer que no cae en la trampa del maniqueísmo, sino que los mismos personajes alternan momentos altruistas con otros lúcidamente egoístas, sin que podamos extraer conclusiones simplistas. El mejor ejemplo: las lágrimas que derrama el director de la película (Gael García Bernal) al leer algunos pasajes de su guión sobre la denuncia del esclavismo de facto que aplicaba la corona de España contrastan con su ceguera ante el drama humano que se desarrolla ante sus narices.

Así somos los occidentales: nos basta un rodaje de tres semanas en un lugar exótico, un rollito con alguna camarera de hotel, aprender cuatro palabritas de su idioma, hacer rimbombantes declaraciones para el making of y regresar a casa presumiendo de militancia y de haber salido modificados para bien de la experiencia. Lo paradójico es que ni Bollain ni su equipo escapan a la maldición de esa solidaridad sin consecuencias que denuncian. La escena de la despedida entre el productor (grandioso Luis Tosar) y el intérprete y líder de la revuelta (Juan Carlos Aduviri) resume perfectamente la doble moral que preside todo el opaco conglomerado formado por ONG, iniciativas empresariales e izquierdismos reciclados de militancia antiglobalización: el primero sabe que, a pesar de su gesto humanitario, no piensa implicarse en una lucha ciertamente justa, pero no puede evitar sentir emoción ante la suerte de Hatuey, que se queda allí –como él mismo reconoce– «sobreviviendo». Bollain y los demás han hecho su película, la presentarán en festivales en los que se servirán cócteles; y mientras tanto, Anduviri seguirá en su país, malviviendo de los rescoldos de la fama que un rodaje extranjero le reportó. Quizá la única actitud posible sea la del personaje de Karra Elejalde: abiertamente egoísta, pero capaz de despertar de su letargo enolizado para decidir que, si las cosas vienen mal dadas, hay que afrontar determinados riesgos. Y de paso, ofrecer un poco de alcohol a los detenidos.

La película merece la pena por la sinceridad que late tras su dura exposición de actos y motivaciones: el mundo no se puede cambiar y es poco probable que las personas nos pongamos ello movidos por el altruismo (lúcido o ingenuo, tanto da). Hacer una película que lo denuncie es algo de lo poco que se puede hacer para paliar la impotencia de esta amarga verdad.

The Day the Earth Stood Still


Título original: The Day The Earth Stood Still / Año: 1951 / País: Estados Unidos / Duración: 92 min / Director: Robert Wise/ Guión: Edmund H. North basado en una historia de Harry Bates/ Fotografía: Leo Tover/ Música: Bernard Herrmann / Reparto: Michael Rennie, Patricia Neal, Hugh Marlowe, Sam Jaffe, Bill Gray… / Sinopsis: Una mañana cualquiera, en un parque de Washington aterriza un platillo volador. De inmediato una multitud de curiosos y el ejército rodean el aparato, de cuyo interior salen un humanoide llamado Klaatu y un inmenso robot. Un soldado nervioso dispara contra el extraterrestre, y el robot responde desintegrando el armamento circundante. Sin embargo, contrario a lo que se cree, el alienígena viene para entregarnos un importante mensaje del cual depende todo el destino de la Tierra.

“The Day the Earth Stood Still” fue una de las primeras cintas de ciencia ficción del extenso ciclo de producciones de este tipo que se realizaron durante la década de los cincuenta y una de las pocas que es considerada como un verdadera joya en la actualidad. Si bien esta película fue precedida en las salas de cine por producciones como “Destination Moon” (1950), de George Pal, y “The Thing from Another World” (1951), de Howard Hawks, entre otras, la génesis de este proyecto se remonta a 1949, cuando el productor de la 20th Century Fox, Julian Blaustein, se percató de las altas ventas que estaban teniendo las revistas de ciencia ficción. Viendo el potencial que podría tener una película que tocara estas temáticas, le pidió al asistente de edición Maurice Hanline, que buscara una historia “filmable” de ciencia ficción. A sabiendas de que producir una historia que involucrara una aventura interespacial seria prohibitíbamente costoso, Blaustein le especificó a Hanline que debía tratarse de una historia que aconteciera en la Tierra. Fue así como Hanline dio con la historia “Farewell to the Master”, del escritor Harry Bates, la cual fue publicada en la revista “Astounding” en la edición de octubre de 1940.

El próximo paso de Blaustein era persuadiar al jefe de producción de la Fox, Darryl F. Zanuck, para que este le diera luz verde al proyecto. El ejecutivo no pensó demasiado en el contenido de la historia de Bates, y procedió a comprar los derechos para realizar la adaptación cinematográfica. A Edmund H. North se le asignó la tarea de realizar el guión de la cinta, el cual finalizó en junio de 1950. Lamentablemente para Blaustein, acababa de estallar el conflicto de Corea, por lo que temió que a Zanuck no le agradara la idea de producir una cinta con un claro mensaje de paz en tiempos de guerra. Sin embargo, Zanuck creía en el potencial de la historia, por lo que decidió filmarla de todos modos. Se contrató a Robert Wise para dirigir la cinta, mientras que para el papel principal se optó por contratar a un actor relativamente desconocido para la audiencia norteamericana, para que de esta forma les fuera más fácil aceptar el hecho de que se trataba de un “extraño en una tierra extraña”. Fue así como se dejó de lado a actores como Spencer Tracy y Claude Rains, y se contrató a Michael Rennie, quien acababa de debutar en el circuito hollywoodense con la cinta “The Black Rose” (1950). Para interpretar el papel del profesor Barnhardt, se escogió a Sam Jaffe, quien al poco tiempo de aceptar el papel apareció en la infame lista “Red Channels”, la cual denunciaba a los artistas con supuestas conexiones comunistas. Blaustein intercedió para que el actor pudiera terminar la cinta, sin embargo de todas maneras le costaría estar alejado por algunos años del mundo del cine.

Como bien es sabido, todas estas amenazas procedentes de otros mundos no venian más que a encarnar al comunismo y al potencial daño que este le podría provocar específicamente a la sociedad norteamericana de aquella época. Curiosamente, Klaatu está lejos de representar al “enemigo comunista”. Es un personaje afable y comprensivo, el cual se muestra sumamente razonable en todo momento. A su llegada a la Tierra, lo único que hace es dejar clara su intención de reunirse con los líderes de las distintas naciones alrededor del globo con la intención de hacerles un importante comunicado. Desafortunadamente, el temor ante lo desconocido tan propio del ser humano, provoca que Klaatu termine siendo tiroteado, por lo que no le queda otra opción más que la de realizar una demostración de fuerza, para la cual se sirve de Gort, un robot humanoide dotado del suficiente poder como para destruir el planeta.

La historia de todas maneras refleja la paranoia existe en la sociedad norteamericana (y en el mundo en general) a causa de la Guerra Fría. No falta quien teoriza de que este supuesto visitante bien podría ser un emisario de la Unión Soviética o una estratagema de los comunistas. Es más, todos los países hacen gala de una notable mezquindad al rehusarse a asistir al llamado de Klaatu, dejando en claro lo intransigente de sus posturas políticas. La cinta se entiende claramente como una parábola antinuclear y antibelicista, aunque el discurso de Klaatu no deja de tener ciertos matices totalitaristas. Si bien es obvio que Klaatu y la “federación de planetas” que lo envió a la Tierra desean la paz, ¿hasta qué punto resulta legítimo que pretenda imponer a los terrícolas su deseo y sus normas? ¿Es justo que imponga sus términos a los habitantes de la Tierra solo por el hecho de que poseen la tecnología suficiente para destruirnos? Incluso la película nos reta a cuestionarnos si es mejor vivir sometido a un sistema ajeno que teóricamente es más beneficioso, o es preferible aprender de nuestros propios errores y no perder nuestra identidad.

La película cuenta con buenas actuaciones, excelente efectos visuales para la época, y una excelente banda sonora, obra de Bernard Herrmann, quien en esta ocasión nos entrega uno de sus mejores trabajos. Herrmann optaria por eliminar todos los instrumentos de cuerda de la orquesta para reemplazarlos por violines eléctricos y un bajo eléctrico. Además, incluyó el Theremin, un curioso instrumento electrónico, dando como resultado la inolvidable banda sonora de esta cinta. “The Day the Earth Stood Still” tendría un problema con los organismos censores no por su discurso político, sino por el hecho de retratar a Klaatu como un ser de infinito poder con la capacidad incluso de resucitar de entre los muertos. El accionar de Klaatu y el orden en como se desarrollan los hechos en la historia, se asemejan al accionar de Jesús; el extraterrestre llega a la Tierra para salvarnos, muere, resucita y sube a los cielos (en este caso vuelve del lugar de donde vino). A raíz de esto, en la escena que Klaatu vuelve a la vida, el censor Joseph I. Breen obligó a North a insertar en el dialógo del protagonista de que “el proceso de su resurreción era solo temporal ya que este derecho esta reservado solo para Dios”. North explicaría tiempo después que su intención era que de manera subliminal, el espectador comparara a Klaatu con Jesús, pero que obviamente al surgir este pequeño inconveniente con los organismos de censura, se percató que su broma personal no quedó confinado solamente a nivel subliminal.

“The Day the Earth Stood Still” fue un éxito de taquilla al momento de su estreno. Hoy en día sigue siendo considerada como una de las mejores películas de ciencia ficción de la historia (prueba de esto es su reciente remake). Fue una de las primeras cintas que se atrevió a levantar la voz en contra del armamentismo y a favor de la tolerancia, aunque de todas maneras su discurso político resulta ser demasiado indefinido para considerarla panfletaria. Es una obra inquietante, oscura, e incluso profética, que nos indica que el verdadero peligro reside en nosotros mismos, en nuestras inseguridades y nuestro egoísmo. Robert Wise realizó un estupendo trabajo construyendo esta verdadera joya del cine de ciencia ficción.

Nota:

Tres colores: Blanco


Título original: Trois couleurs: blanc / Año: 1994 / País: Francia / Duración: 91 min / Director: Krzysztof Kieslowski / Guión: Krzysztof Kieslowski y Krzysztof Piesiewicz / Fotografía: Edward Klosinski / Música: Zbigniew Preisner / Reparto: Zbigniew Zamachowski , Julie Delpy , Janusz Gajos , Jerzy Stuhr , Grzegorz Warchol , Jerzy Nowak , Aleksander Bardini , Cezary Harasimowicz , Jerzy Trela , Cezary Pazura , Michel Lisowski , Piotr Machalica , Barbara Dziekan… / Sinopsis: Karol es un hombre que, tras arruinarse y ser cruelmente rechazado por su esposa, constata cómo su vida se deshace por completo. En el metro conoce a un hombre que no sólo le promete llevarlo de regreso a su Polonia natal, sino una gran cantidad de dinero a cambio de matar a un desconocido. A partir de esas dos premisas, ya de vuelta en Polonia, la vida de Karol dará un giro completamente imprevisto.

Krzysztof Kieslowski consiguió convertirse, hacia el final de su carrera, en el cineasta de referencia del cine europeo de los noventa. Afianzó su prestigio gracias a Decálogo (1989-1990) una serie para la televisión basada en los mandamientos de Moisés, algunos de cuyos episodios lograron dar el salto a la pantalla grande. El formato televisivo, breve e intenso (cincuenta minutos), su habilidad para mostrar ciertas miserias e incongruencias de nuestro mundo contemporáneo –casi siempre relacionadas con dilemas éticos– y unos guiones sólidamente construidos, provocaron que cada nuevo filme de Kieslowski se esperara como una profundización reveladora de todos esos temas.

Su trilogía Tres colores está compuesta por tres filmes que llevan por título los colores de la bandera francesaAzul (1993), Blanco (1994), Rojo (1994)– y relacionado cada uno con los valores que simboliza la bandera francesa: libertad, igualdad, fraternidad respectivamente. A pesar de lo aparentemente laico del proyecto, la filmografía de Kieslowski está fuertemente influenciada por el tema de Dios, de ahí que muchos de sus temas y puntos de vista resulten coincidentes y cercanos. En cambio, desde la perspectiva de un espectador no tan vinculado a la cultura católica, sus historias se presentan como pequeñas fábulas urbanas, organizadas alrededor de un reparto limitado, en el que se ilustran comportamientos que revelan paradojas –generalmente pesimistas– sobre la condición humana, dando lugar a situaciones curiosas, a menudo crueles. En este sentido, el cine de Kieslowski está bastante cerca de los cuentos morales y de las comedias proverbiales de Rohmer.

La trilogía supuso un antecedente de los beneficios comerciales de rodar películas en serie y estrenarlas en años sucesivos, fidelizando espectadores y levantando expectativas. Blanco -la segunda entrega– no difiere mucho del estilo característico del cine de Kieslowski, aunque en el pulso narrativo varía sustancialmente respecto a la primera entrega (protagonizada por una perturbadora Juliette Binoche, que hace un pequeño cameo en la segunda) y que incluso mejora en la tercera (protagonizada por Irène Jacob, de quien quedé prendado tras su intensa, sensual y brevísima aparición en Adiós muchachos (1987), la obra maestra de Louis Malle). En cada filme predomina claramente el color que indica el título, reforzando el tono simbólico de la narración, algo que agradeció la crítica más especializada y los espectadores con tendencias hacia lo espeso.

Semejante desarrollo argumental amaga con convertirse en una historia negrísima, carente de motivaciones claras y de asideros firmes para el espectador, un poco al estilo de Hay que matar a B. (1975), la mejor película de José Luis Borau. Sin embargo, Kieslowski sorprende con un primer giro dramático a base de humor (negro, por cierto). Y ya en el tercio final, mediante una segunda (y hasta una tercera) vuelta de tuerca, ofrece una lectura muy diferente de lo ya visto: en el primer caso con un acento marcadamente romántico, en el segundo tremendamente triste.

Las películas de Kieslowski influenciaron sin duda el cine auropeo más serio durante la primera mitad de los noventa, convirtiendo al cineasta, casi a su pesar, en el cronista de una sociedad a la deriva en lo ético, enfrentada a la soledad en lo cotidiano y encarnada casi siempre por personajes a quienes los acontecimientos desplazan hasta los límites mismos de la conducta social, en medio de encrucijadas en las que deben decidir sobre cuestiones que les obligan a replantearse sus vidas. El espectador, por su parte, no puede evitar quedar cautivado por la habilidad del director –y su fiel guionista Krzysztof Piesiewiczpara establecer con eficacia y originalidad los puntos de apoyo para unas historias que soportarán más adelante su diagnóstico sobre temas complejos, como la sociedad y la condición humana. Blanco es probablemente la película mejor contrapesada de la trilogía (Azul –la favorita de la crítica especializada– me parece excesivamente fría y opaca, mientras que Rojo es quizá la más abierta y directa), quizá porque presenta un argumento más cercano a una realidad mayoritaria y por ese doble giro inesperado. Aun así debo decir –a pesar de que esta afirmación arroje sobre mí la argumentadísima ira de sus fans— que la mirada moral de Kieslowsi acusa el paso del tiempo y su trilogía cromática no es del todo ajena a este hecho.

NOTA:

Tom Jones


Título original: Tom Jones / Año: 1963 / País: Reino Unido / Duración: 129 min / Director: Tony Richardson / Guión: John Osborne basado en la novela de Henry Fielding / Fotografía: Walter Lasally / Música: John Addison / Reparto: Albert Finney, Susannah York, Hugh Griffith, David Warner, Edith Evans, George Devine, Joan Greenwood, Diane Cilento, David Tomlinson, Rosalind Atkinson, Angela Baddeley… / Sinopsis: Hijo ilegítimo de una pobre mujer que se vió obligada a abandonarlo poco después de nacer, Tom Jones fue criado con indulgente cariño por el señor Allworthy hasta que, al llegar a la edad adulta, se enamoró de Sophie Western -su encantadora vecina-, y el celoso sobrino y heredero de su benefactor decidió poner fin a su estancia en la hacienda familiar.

A tiempo pasado es difícil o imposible de entender como la Academia decidió que esta película fuese la mejor de 1963. Pero tengamos en cuenta que Tony Richardson venía de erigirse como el rey del free cinema, el homólogo británico de la nouvelle vague, con una obra de arte llamada “La soledad del corredor de fondo” que había impactado con fuerza en el panorama cinematográfico mundial. Una generación que se perdió al cruzar el charco y pasarse al cine hollywoodiense, del que solo se salvó el original pero escueto Lindsay Anderson. Sin duda, se benefició de la competencia de aquel año en que las grandes películas que más reconocimiento obtuvieron tenían el handicap de ser de habla no inglesa (“Fellini 8 y ½”, “El infierno del odio”, “El desprecio”, “El cuchillo en el agua”…). Contiene muchos de esos recursos visuales y sonoros ridículos, dignos de Benny Hill, que tanto se empeñaba en usar Tony Richardson pese a que diesen la impresión de bajo caché. Eso desacredita el montaje y empaña un poco la técnicamente buena dirección. En “Tom Jones”, Richardson se sale del movimiento. Es un antecedente peripatético de “Barry Lyndon”. Después de esto su carrera se fue a pique. Uno de esos casos de «más dura será la caída». Triunfar sin convencer es lo que tiene. Luego no volvió a hacer ni una sola película mínimamente destacable (aunque “La frontera”, con Jack Nicholson y Harvey Keitel, puede ser medianamente interesante). Fue un director para un movimiento y un momento. Fuera de él no se supo mover, igual que no se sabe mover un pez fuera del agua.

“Tom Jones” es una ligera y picaresca epopeya de época con tono de musical que va girando hacia la intriga de vodevil conforme transcurre su travesía y que toca por el camino temas como el amor, la envidia, el sexo, la hipocresía… trasladando la figura del narrador crítico y reflexivo en off de Henry Fielding (considerado para algunos el padre de la novela inglesa). Es un film que nació viejo. Hoy en día tiene largas secuencias en las que casi no se puede ver, pierde prácticamente todo su efectismo. Para entender por completo la valoración que la llevó a triunfar en los Oscar no solo hay que retroceder en el tiempo, habría que haber vivido ese tiempo. Eso si, sirvió para sacar a la palestra a un actorazo como Albert Finney que, sin embargo, ha encadenado sus mejores papeles ya en la madurez salvando aquel Hercules Poirot de “Asesinato en el Orient Express” y aquella maravilla llamada “La sombra del actor” repleta de interpretaciones estelares. Aquí le acompañan una serie de actores y actrices sin mucha casta pese a que obtuvieron varias nominaciones a los Oscar como fue el caso del esperpéntico Hugh Griffith o la inexplicaba orgía de nominaciones (tres, ni más ni menos) a un reparto femenino sin grandes interpretaciones. Curiosamente, quien más me gustó fue la única que no nominaron (Joan Greenwood). Todo ello la hace pasar a la historia como la ganadora más discutible del Oscar a la mejor película.

Uno de los grandes males de este film es su penosa introducción. La primera media hora de “Tom Jones” refleja una película con una realización de alto nivel, interesante como experimento, pero también una comedia donde pocos chistes tienen gracia, que no engancha (más bien te advierte que huyas). Demasiadas escenas dan la sensación de ser prescindibles y reiterativas, se hubiese agradecido que el editor hiciese más uso del corte. Sin embargo, pasada esa media hora el film tiene un ascenso importante, tornándose magnífico en algunas escenas y acrecentando a espuertas su interés. En los últimos veinte minutos se puede apreciar esa subida del ritmo narrativo que tanto se echaba en falta y coincide con los momentos más acertados en la comedia. Tiene un final de broma, loco y absurdo, que resuelve todo en segundos. A esas alturas ya no se le puede pedir más. Al final deja mucho mejor sabor de boca de lo que uno podría pensar con su desesperante introducción y se puede decir que “Tom Jones” podría ser una gran película (nunca obra maestra) con un mejor trabajo de montaje, el punto flaco que casi hunde el film. Se queda en obra interesante, divertida solo a ratos, a la que le sobra media hora y de la que se podría esperar más teniendo en cuenta la gran base literaria del satírico Fielding.

NOTA:

The Ipcress File


Título original: The Ipcress File/ Año: 1965 / País: Inglaterra/ Duración: 96 min / Director: Sidney J. Furie/ Guión: James Doran y W. H. Canaway basado en la novela de Len Deighton/ Fotografía: Otto Heller/ Música: John Barry/ Reparto: Michael Caine, Nigel Green, Guy Doleman, Sue Lloyd, Gordon Jackson… / Sinopsis: Una serie de importantes científicos desaparecen misteriosamente y al cabo de poco tiempo, reaparecen comportándose de manera extraña. El gobierno británico le encomienda al agente Harry Palmer la misión de descubrir quién está detrás de esta misteriosa operación. De esta forma, Palmer, acostumbrado a encargarse del trabajo sucio de los servicios secretos, se verá inmerso en una compleja trama de espionaje.

En noviembre de 1962, poco después del estreno de la exitosa “Dr. No”, la primera incursión en el cine del encantador y sofisticado agente británico James Bond, el escritor Len Deighton publicó la novela de espías “The Ipcress File”. Dicha novela fue bien recibida tanto por el público como por la crítica, por lo que el productor Harry Saltzman, uno de los responsables del “Dr. No”, contactó a Deighton para proponerle que la novela se usara como base para realizar una nueva serie de films de espías. Para Saltzman, esta era una oportunidad única para alejarse de la naturaleza más fantástica de las cintas de Bond, y filmar una historia de espías bastante más realista protagonizada por un terrenal Harry Palmer. Michael Caine, quien en aquella época había adquirido cierta notoriedad en la industria cinematográfica británica gracias a su papel como el Teniente Gonville Bromhead en la cinta “Zulu” (1964), fue escogido para interpretar a Palmer, que se convertiría en el primer rol protagónico del actor. Con la finalidad de mantener ciertos estándares de calidad, Saltzman prefirió utilizar a gran parte del equipo de filmación que había trabajado en “Dr. No”, entre los que se destacan el editor Peter R. Hunt, el compositor John Barry, y el encargado del diseño de producción Ken Adam.

A diferencia de Bond, Harry Palmer no es un espía glamoroso ni pretende serlo. A él no se le asignan peligrosas misiones en el extranjero, o se le provee de un sofisticado equipo que lo ayude a sortear ciertos imprevistos. Tampoco se rodea de hermosas mujeres o pasa sus ratos libres en el casino jugando bacará, sino que coquetea con una de sus compañeras de trabajo y visita el supermercado más cercano a su humilde departamento con el fin de comprar los víveres que posteriormente formarán parte de su almuerzo. Palmer es más parecido a un detective que a un espía, ya que su mejor arma resulta ser su inteligencia. Las pistas algo vagas que va encontrando en el transcurso de su investigación no apuntan a vistosos villanos, sino que conducen a sujetos que buscan permanecer entre las sombras, por lo que se necesita a un verdadero espía para encontrarlos. Para dejar aún más clara las diferencias existentes entre Bond y Palmer, se nos aclara que este último fue “rescatado” de una prisión militar por el Coronel Ross (Guy Doleman), responsable de que el rebelde Palmer trabaje como espía para el gobierno británico.

Al principio del film, Palmer es ascendido por Ross quien lo transfiere al departamento del Mayor Dalby (Nigel Green). Los agentes del departamento de Dalby están trabajando en un problema que han decidido denominar como el de la “Fuga de Cerebros”. Al parecer, en el último tiempo gran parte de los científicos más brillantes de Inglaterra han desaparecido o muestran un comportamiento errático que los ha inutilizado para ejercer sus tareas. Dalby no cree que esto se trate de una coincidencia, por lo que cuando un científico llamado Radcliffe desaparece, este le asigna a todos sus hombres que den con su paradero. El principal sospechoso de las desapariciones parece ser un criminal llamado Eric Ashley Grantby (Frank Gatliff), a quien Palmer decide seguir de cerca. Aunque en un principio la investigación parece ir bien encaminada, pronto Palmer se verá atrapado en una compleja situación cuando por error asesine a un agente de la CIA. Ahora los verdaderos culpables aprovecharán este descuido para inculpar a Palmer y así deshacerse de la única persona que puede echar por la borda sus planes.

Es precisamente la encrucijada en la que se ve atrapado Palmer el principal foco de tensión de la cinta. El protagonista no sólo debe cuidar sus espaldas de los villanos de la historia, sino que además debe protegerse del constante acoso por parte de los espías norteamericanos quienes piensan que Palmer es un agente corrupto. La precaria situación en la que se encuentra el protagonista inevitablemente lo lleva a pensar que un espía británico está involucrado en la desaparición de los científicos, por lo que todos sus colegas son presentados como posibles sospechosos en un momento de la cinta, incluyendo al Coronel Ross y al Mayor Grantby. Especialmente durante la segunda mitad del film, existe un clima de paranoia constante dado por el misterio de la identidad de la mente maestra tras los secuestros y un par de asesinatos que buscaban borrar todas las pistas que pudieran dar alguna luz con respecto al contenido de una cinta titulada con el nombre “Ipcress”. En gran medida esta sensación de paranoia está exacerbada por las curiosas tomas realizadas por Sidney J. Furie, quien prefiere posicionar la cámara de manera que dé la impresión de que constantemente existe alguien observando la acción desde las sombras.

En el ámbito de las actuaciones, Michael Caine realiza un estupendo trabajo como el cínico y rebelde Harry Palmer. El resto de los actores realiza un trabajo correctísimo interpretando a los sospechosos colegas de Palmer. Tal vez quien más destiñe es Frank Gatliff, quien interpreta a Eric Ashley Grantby, villano que pese a esconderse bajo un halo de misterio la verdad es que no resulta ser demasiado memorable. Por otro lado, el trabajo de fotografía de Otto Heller si bien por momentos es altamente estilizado y llamativo, en otras ocasiones resulta poco acertado y algo molesto. En relación a la banda sonora compuesta por John Barry, si bien es sumamente atmosférica, esta tiende a ser sobreutilizada por el director por lo que eventualmente deja de producir el efecto deseado. Curiosamente, da la impresión de que algunos años más tarde Barry utilizaría algunos pasajes de la música que compuso para este film en la banda sonora de la cinta de James Bond, “Diamonds Are Forever” (1971).

Pese a que si bien es meritorio el hecho de que “The Ipcress File” presente una versión más realista del mundo del espionaje, la cinta por momentos se torna algo lenta, especialmente durante la primera mitad del film donde el director le dedica bastante tiempo a la presentación de los personajes. Es sabido que a Sidney J. Furie jamás le gustó el guión, y que de hecho le prendió fuego durante el primer día de filmación. Además el director tuvo una áspera relación con Harry Saltzman, con quien no compartía la visión que este último tenía de la película, razón por la cual estuvo a punto de abandonar el rodaje. El ritmo narrativo y los niveles de tensión mejoran bastante durante la segunda mitad del film, aunque de todas formas queda la sensación de que la historia se alarga innecesariamente más de lo debido, lo que inevitablemente provoca algunos agujeros en el guión. Pese a esto, “The Ipcress File” logra mantener sin problemas la atención del espectador hasta el tenso desenlace gracias a la interrogante que se plantea con respecto a la identidad del responsable de los secuestros, y a los chispeantes diálogos del personaje de Caine. Probablemente “The Ipcress File” junto con “Funeral in Berlin” (1966), sean las dos mejores entradas de la saga protagonizada por Harry Palmer (aunque la verdad yo ni siquiera tomaría en cuenta los dos engendros que filmó en los noventa), y de todas maneras esta es una de las buenas cintas de espías que surgieron en la Inglaterra de los sesenta.

Nota: