18 segundos


Título original: 18 segundos / Año: 2007 / País: España / Duración: 8’ 11’’ minutos / Dirección: Bruno Zacharias & MacGregor / Guión: Basado en una historia de Jack Daniel Stanley Reparto: Amy Waschke, Jack Daniel Stanley / Narrador: Jordi Boixaderas / Tecnico de grabacion: Juliana Ruedas / Musica: Aaron Marshall / Produccion: Carlos Taboada / / / Estudios Roca producciones de audio y doblaje, producciones CiudadanoFrame, BlackMilk / / / Sinopsis: Amy y Jack no se conocen. Se dedican a cosas totalmente diferentes. Ni siquiera tienen gustos parecidos. Pero ambos tardan exactamente los mismos segundos en hacer las mismas cosas. Hoy se encontrarán por primera vez…



(spoiler, ver primero el corto) El tiempo, cruel, es reflejado en este cortometraje con toda su magnificencia. Crudo y violento como la vida real, impacta hasta lo mas intimo porque nos lleva a sitios conocidos por todos, a la maldita rutina diaria de todos nosotros. Dos personas que viven sumergidas en el tiempo, tardando los mismos minutos y segundos en hacer las mismas actividades. Dos vidas separadas y a la vez unidas. Dos personas que sienten que están completamente solos, y 18 segundos en pensar que algo iba a cambiar hoy. Un corto dramático que seguro que no te dejara indiferente….

Una de las buenas cosas que tiene el mundo del cine es la estética que puedes llegar a darle a una película; es decir, el trabajo del director de fotografía. Este corto es una muy buena muestra de ello. Dirigido por Bruno Zacharias y McGregor (uno de los mejores directores de fotografía del mundo del corto español), el corto ha ganado una inmensidad de premios y es realmente impactante, se nota que esta gente viene del mundo de la publicidad por el ambiente que confieren al corto, el modo de manejar la cámara, el uso de la voz en off tan potente como si de un anuncio de nike o adidas se tratase…

Este cortometraje recibio, el 1º premio Jovenes creadores Comunidad de madrid 2007, Festival de Aguilar de Campo Mejor Fotografía, Festival de Cortometrajes de Eibar 1er Premio, Festival Europeo de Reus Mención Especial, Festival de Alicante 1er Premio y Mejor Fotografía, Festival de Torrelavega 1er Premio Vídeo, Festival Digital EL SECTOR 2º Premio Ficción, Mejor Dirección y Mejor Fotografía, Festival ON OFF de Ribadeo 1er Premio, Festival de Blanes 1er Premio, entre otros premios y distinciones.

NOTA:

036


Título original: «036» / Año: 2010 / País: España / Duración: 3:30 minutos / Dirección: Juan F. A. Parrilla y Esteban R. García Vázquez / Reparto: Carolina Bang y Tomas del Estal/ Guion: Andrea Gomez / Música: Paco Marin // // Rodado en el Instituto de cine, Madrid, España. // // Sinopsis: Una valiente muchacha esta conociendo en primera persona lo que significa tratar con la burocracia instalada. Solo un espíritu altivo, luminoso podrá salir airoso de semejante encrucijada…



(spoiler, ver primero el cortometraje) Una muy buena historia llevada por los directores al terreno de western, y tanto es así que se sale del encuadre generalista que posee todo cortometraje, básicamente por el poco tiempo disponible para llevar a cabo todo una historia, acercándose mas al cine, pues tiene sentido narrativo y estético y provoca una reacción en el espectador, obligandolo a situarse del lado de alguna de las partes. Sacada de la vida misma, la historia es rápidamente asimilada por el espectador, quien, si no estado en alguna situación similar, imagina que cuando lo este, puede llegar a ser algo parecido a esto que esta viendo… El guionista sabe de lo que habla y tiene muy claro que quiere contar y como hacerlo. Muchos cortos, a la vista evidentemente llenos de dinero y con poco cerebro, deberían aprender de estas historias. Una idea simple, que se hace de un genero para tratar un problema universal, tan presente en España como en la China, USA o cualquiera…

Este cortometraje es uno de los finalistas de la ultima edición del festival de cortometrajes NoTodoFilmFest.

NOTA:

2001: una odisea del espacio


Título original: 2001: A space odyssey / Año: 1968 / País: Estados Unidos / Duración: 141 min / Director: Stanley Kubrick / Guión: Stanley Kubrick y Arthur C. Clarke / Fotografía: Geoffrey Unsworth / Música: Aram Khachaturyan, György Ligeti, Richard Strauss, Johann Strauss / Reparto: Keir Dullea, Gary Lockwood, William Sylvester, Daniel Richter, Leonard Rossiter, Margaret Tyzack… / Sinopsis: Cuando un monolito negro de gran tamaño es descubierto bajo la superficie de la luna, la conclusión inmediata de los científicos es que fue enterrado intencionadamente. Y cuando el punto de destino de la radiación que emite se confirma como Júpiter, una misión de investigación es enviada allá con la esperanza de encontrar vida inteligente. En pleno viaje, el Dr. David Bowman descubre bastante más de lo que siempre quiso saber.

No es nada nuevo que en apenas 36 segundos se pueda componer un mensaje divertido, refrescante y que además sirva eficazmente para promocionar y dar a conocer algo; todo eso lleva décadas haciéndolo la publicidad. Lo realmente sorprendente es que en ese mismo tiempo –y cumpliendo todos los requisitos mencionados– se pueda condensar no sólo una definición exacta de lo que ha significado un filme muy especial para la historia del cine, sino además sintetizar con precisión todo el espectro de sensaciones que han experimentado expertos y aficionados al enfrentarse –por primera o décima vez– a 2001: una odisea del espacio (1968). ¿Se nota mucho que estoy fascinado por la cuña publicitaria (creo que es de Leo-Burnett) que anunciaba la celebración del 40 aniversario de su estreno dentro de los actos del Festival de Sitges 2008? Un prodigio de síntesis, profundidad y humor que consigue todos sus objetivos. Brillante, brillantísima.

Cuando recuperes la vista tras semejante fogonazo de ingenio intentaré explicar por qué –curiosamente– al poner por las nubes este filme uno se sitúa inmediatamente en el bando de los espesos, los raros o, más específicamente, los pedantes. Aun así, estoy persuadido de que es posible encontrar un punto de vista intermedio que haga compatible una lectura superficial de 2001: una odisea del espacio que no impida a otros disfrutar admirando y desmenuzando sus aciertos fotográficos, de montaje, de narración, incluso sus posibles implicaciones filosóficas.

El esquema argumental que propone el tándem Clarke/Kubrick roza la perfección, desarrollando con maestría la idea brillantísima que lo pone en marcha. De hecho, de los cuatro bloques en que se divide el filme, los dos primeros y el cuarto bastarían para dar sostener la historia en todos sus aspectos lógicos y causales; pero se cruza entonces la tercera, que plantea algo que no tiene nada que ver con la idea inicial y que por sí solo daría para un género, pero que añade un matiz de imprevisión y potencia aún más las implicaciones científicas del guión. Es más, la primera parte, en una historia de la ciencia, equivale a un auténtico Libro del Génesis, cuya clave no se ofrece de forma explícita hasta el final de la tercera parte. Hasta ese momento, a pesar de las sutiles pistas visuales que nos ofrece Kubrick, sólo podemos intuir las consecuencias que tendría un descubrimiento como el de la Luna. Sólo Blade runner (1982) puede comparársele en vigencia.

Hay cosas que indudablemente han envejecido en 2001: una odisea del espacio: el prólogo con actores escasamente creíbles como simios (aunque sólo sea porque luego vimos Greystoke, la leyenda de Tarzán, el rey de los monos (1984) de Hugh Hudson y allí no se distinguían los monos de los actores); o el soso encuentro entre soviéticos y estadounidenses en la base lunar, o el retrato de la tecnificada vida cotidiana demasiado lastrado por el contexto pop en el que se hizo la película. Aun así, hay momentos cuya vigencia perdura sin una grieta: en general, el tercer bloque de la película –la aventura más allá de Júpiter– es el más logrado. La escena que mejor aguanta el tirón, y la más visionaria sin lugar a dudas, es la angustiosa desconexión de HAL, rodada cámara en mano con una parsimonia exasperante, desde unos ángulos increíbles, con la respiración entrecortada de Bowman, las súplicas cada vez más infantiloides de HAL y, especialmente, la operación de extracción de cada uno de los bancos de datos. Bowman desatornilla con precisión unos cristales transparentes que representan tarjetas o chips de memoria ultra-avanzada, los cuales asoman en la pared con total lentitud dentro de la cámara acorazada del ordenador (más bien un sarcófago). Mientras Bowman parece conocer perfectamente qué módulos debe desactivar, saltando de un lado a otro, HAL va perdiendo impostación hasta convertirse en un molesto sonido grave y ramplón. Para mí, de largo, la mejor escena de la película.

Luego están los aciertos puramente cinematográficos, impecablemente resueltos por Kubrick: el viaje a la luna del Dr. Floyd en un transbordador comercial, cuando Bowman hace footing por la nave; o los meramente ornamentales: la llegada a la estación espacial al ritmo de El Danubio azul, los fascinantes planos iniciales del desierto africano y, por supuesto, el famosísimo raccord del hueso-nave que abarca la mayor elipsis narrativa de la historia del cine. La selección de bandas sonoras, por otra parte, es otro de los grandísimos aciertos: excepto las piezas de los Strauss, reunía lo más nuevo de la música contemporánea del momento: las obras de Ligeti eran de 1961, 1965 y 1966, y la suite de Khachaturian de 1943. Datos que demuestran no sólo los amplios conocimientos de Kubrick en lo que a música contemporánea se refiere, sino su capacidad para asociar esas cadencias sonoras innovadoras en un contexto que –inicialmente– nadie hubiera dicho que encajaran tan bien. El adagio que acompaña el viaje en lanzadera hasta el yacimiento del segundo monolito convierte la escena en espectacular por púmblea y machacona, pero (no sé por qué) resulta idóneo para llenar un momento anodino como ese.

Como dice Larry en el spot, el principal problema de la película es su ritmo narrativo desesperadamente lento, la insistente prolongación de escenas en las que ya está dicho todo, aunque el tiempo ha demostrado que ese era –a pesar de todo– el estilo más adecuado para un argumento que bascula constantemente entre lo bello, lo trascendente, lo pedante y lo fascinante. Kubrick aceptó a regañadientes que un rótulo explicativo se insertara al comienzo de cada uno de los bloques de la película, porque, fiel a su espíritu perfeccionista, se negaba a dar pistas más allá de las imágenes; mientras que los productores le convencieron de que arrojaría algo de luz sobre una historia ciertamente enrocada en sí misma. El debate sobre la existencia o no de vida extraterrestre, el más candente quizá en el momento de su estreno, hizo que sobre su escena final y su significado se vertieran ríos de tinta: el tránsito por el espacio y el tiempo (presentado como una psicodelia pop inacabable) hasta desembarcar en la extraña habitación hizo que la gente alucinara o se partiese de risa (sin contar con quienes la rechazaron sin más por absurda). Con el paso del tiempo, sin embargo, la figura de HAL y los enigmas y retos que se plantean sobre la inteligencia artificial han acabado por monopolizar los análisis y las polémicas más recientes sobre la película. Ya no es tan importante saber si hay vida más allá de las estrellas como determinar si somos capaces de crear máquinas tan inteligentes que puedan quebrantar la primera de las tres Leyes de la Robótica enunciadas por Asimov en 1942.

En plena guerra fría era inevitable que Solaris (1972), basada en la novela de Stanislaw Lem, fuera recibida como la «respuesta soviética» a la película de Kubrick; como si eso en sí mismo significara algo. Lo único que comparten ambos títulos es su trasfondo nihilista, y eso porque la dirigió Andrei Tarkovsky. En cualquier caso, desde 2001: una odisea del espacio la ciencia-ficción con mensaje (y no de simples aventuras) se hizo un pequeño hueco en el género, aunque a veces sólo fuera para ironizar –a veces sin demasiada fortuna– sobre la tecnología, el sexo o la inteligencia emocional: desde la coetánea El planeta de los simios (1968), pasando por La fuga de Logan (1976), Alien (1979), Saturno 3 (1980), Blade runner (1982), Androide (1982)… hasta la fallida Matrix (1999), cuya única aportación ha quedado en esos planos de 360º para potenciar la espectacularidad de la acción. Títulos que, en definitiva, demuestran que 2001: una odisea del espacio sigue siendo una rareza única en su género, un filme al que –nos guste o no– será necesario regresar una y otra vez para comprender el cine que le sucedió.

Kant, en un extraño arrebato de lirismo racional, estableció aquello de que «dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto, siempre nuevos y crecientes, cuanto con más frecuencia y aplicación se ocupa de ellas la reflexión: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí». En otras palabras: el cielo estrellado es lo más cercano a la belleza absoluta a la que podemos aspirar desde nuestra temporalidad infinitesimal de seres humanos; una conclusión a la que por lo visto llegó tras haber diseccionado metódicamente todos los ámbitos imaginables de la actividad humana. Está claro que 2001: una odisea del espacio no puede compararse ni de lejos con semejante espectáculo natural, pero como obra hecha por el hombre bien podríamos considerarla la capilla Sixtina del arte cinematográfico, que tampoco está nada mal. Igual de irrepetible, igual de inefable.

NOTA: