The Rocky Horror Picture Show


Título original: The Rocky horror picture show/ Año: 1975/ País: Reino Unido/ Duración: 100 min/ Director: Jim Sharman/ Guión: Jim Sharman & Richard O’Brien/ Fotografía: Peter Suschitzky/ Música: Richard O’Brien/ Reparto: Susan Sarandon, Tim Curry, Barry Bostwick, Richard O’Brien, Patricia Quinn, Little Nell, Jonathan Adams, Peter Hinwood, Meat Loaf, Charles Gray… / Sinopsis: Cuando una pareja regresa de la boda de unos amigos,  una violenta tormenta los coge desprevenidos por el camino de vuelta a casa y el coche se les avería. Por eso no tienen más remedio que refugiarse en un castillo, donde el doctor Frank-N-Furter vive entregado a la fabricación de una especie de Frankenstein. Al darse cuenta de que en aquel castillo pasan cosas demasiado raras de ciden marcharse, pero no será tan fácil como lo ha sido entrar.

Una película de culto se considera aquella que hace referencia a un género de cine, que como tal no existe, es una construcción dada, normalmente por el paso del tiempo, y que atrae a un pequeño grupo de espectadores devotos y aficionados. Con frecuencia la película no llega a alcanzar el éxito en su estreno. Se podría hablar de subgénero o cine independiente por su naturaleza, un tipo de cine suele presentar temáticas inusuales. Para que una obra cinemtaográfica llegue a alcanzar el estatus de ser considerada de culto deberá haber una determinada y especial relación de la audiencia con la película. Esto hace que sea difícil calificar una película como de culto; un éxito continuado entre un conjunto de aficionados al cine muchos años después del estreno original de la película es el factor clave de esta definición. Aunque también se puede utilizar el término para designar a películas que hayan influido en la forma de hacer cine, pero esto solo muy pocas lo han logrado.

Más allá de su locura, llena de ingenio y avanzada a su tiempo de forma transgresora, en su sofisticación pop y glam, siendo en la altura una auténtica revolución, «The Rocky Horror Picture Show» es un delirante musical, una curiosa apología del travestismo, parodia del cine malo de Hollywood, risotada contra la mojigatería, canto a la tolerancia, invitación al desenfreno.

En su momento, fue vista por algunos como una prueba más de la degeneración del cine, que sólo podía copiarse a sí mismo y ofrecer sensacionalismo, pero realmente estaba naciendo un nuevo género que enriquecería el mundo del cine. En la actualidad se puede decir que ya no es sólo una película de culto, ni un fenómeno exclusivamente contracultural, es una película de culto, apología de la diversión y del sexo por el sexo, que contiene algunas de las escenas más hilarantes y provocativas del cine de los años 70. Hoy puede considerarse «The Rocky Horror Picture Show» como un clásico en toda regla, en donde el centro del argumento de «The Rocky Horror» es la parodia de un cliché del género del terror; aquel donde una pareja de virginales se corrompe hasta la muerte, algo que se reinterpreta de manera festiva, porque los monstruos sólo quieren bailar.

Una película sin precedentes ni secuelas; sencillamente, incapaz de ser imitada. La parodia de la parodias: especialmente del cine de ciencia-ficción y en particular de las producciones de la RKO. Un inventor (travesti) crea una criatura que, en vez de monstruosa, es un portento sexual y no hace más que pensar en llevárselo a la cama, parodia en clave de la homosexualidad de esa estrecha relación entre bestias y sus creadores del género; Por no hablar del melodrama, que acaba teniendo tintes de película casi erótica, porque sus personajes Brad y Janet son, que serían perfectos para protagonizar un pastelón, deciden probar suerte, casi como si se salieran del guión, y desmelenarse, no pasará mucho tiempo hasta que aparezcan en ropa interior, y esto también provoca no sólo una contradicción interna, una crisis; sino también, una contaminación de géneros. Y por si fuera poco, hay que añadir el gran componente musical que hace que la obra sea mejor aún. Todo un musical que honra y a la vez satiriza a la ciencia ficción.

Estupendos Susan Sarandon, que se consiguió el Oscar por su tremenda interpretación de mojigata, y Barry Bostwick; junto a un elenco, encabezado por el carismático Tim Currey, de un espíritu bohemio y cabaretero que resulta de una espontaneidad total y contagia la libertad creativa como mera excusa de la película, en sus altibajos narrativos pero que no deja de sorprendernos y de ser una caja de efectos, giros, recursos, excesivos decorados. Acompañado de esos temas entre lo rockabilly y la más profunda psicodelia.

Quizás una de las más destacadas curiosidades es que, tradicionalmente, una representación de la película suele ir aderezada por la participación de la audiencia. Esto significa que puede haber (o no) un grupo de actores que representan las escenas musicales delante de la pantalla de proyección, contando con la complicidad del público para hacer chistes y provocar escenas cómicas. El público contribuye con un conjunto de objetos (props) que se utilizan en un momentos determinados de la proyección. Estos props pueden entregarse a la entrada de la proyección, auqnue lo más habitual es que se supone que el público llegará a la sala con su propia colección de objetos.

Yo he tenido la oportunidad de ser una espectadora de este tipo, con mi propia colección de props. He tirado arroz cuando, en la boda de Ralph Hapschatt y Betty Munroe, salían los novios de la iglesia. Me he cubierto la cabeza con un periódico cuando Brad y Janet salían del coche averiado en busca de un teléfono bajo la lluvia torrencial. He tirado papel higiénico por los aires cuando Brad exclamó «Great Scott!» una vez que el profesor Scott hubo atravesado la pared. Y he hecho sonar una campanilla cuando Frank dijo «Did you hear a bell ring?» durante la canción Planet Schmannet. «The Rocky Horror Picture Show» puede ser una gran opción para pasar un buen rato y para disfrutar de un género increíble, pero mi recomendación es que el espectador sea también protagonista del film y que haga uso de los props, porque se llevará un buen recuerdo de un clásico y muy buenos momentos a nivel personal.

Elephant


Título original: Elephant / Año: 2003 / País: Estados Unidos / Duración: 81 min / Director: Gus Van Sant / Guión: Gus Van Sant / Fotografía: Harris Savides / Música: Ludwig van Beethoven / Reparto: Alex Frost, Eric Deulen, John Robinson, John McFarland, Elias McConnell, Jordan Taylor, Carrie Finklea, Nicole George… / Sinopsis: Un día en la vida de un grupo de estudiantes adolescentes de la Escuela Secundaria. La película sigue a todos los personajes y muestra sus rutinas diarias. Sin embargo, dos de los estudiantes planean hacer algo que no se olvidará.

Después de ver Elephant (2003) de Gus Van Sant y antes de empezar a escribir sobre ella he rebuscado en algunos de mis blogs de referencia (creía que Babel le había dedicado una entrada, y Lapor la menciona al hilo del tema más general de la violencia extrema y su relación con el arte narrativo) porque sentía la necesidad de encontrar –en quienes pienso tengo tomada la medida– una baliza, un punto de apoyo para comenzar. Una Palma de Oro en Cannes y tanta cita al vuelo debían significar algo.

Para empezar, Elephant es una película hipnótica, condenadamente hipnótica. De entrada, los dos tercios iniciales del filme componen un larguísimo prolegómeno –hecho a base de planos-secuencia– de algo que en realidad la película no explica, sino que sólo existe en nuestra cabeza. La mayoría del tiempo la cámara se limita a seguir a unos cuantos alumnos en sus desplazamientos por el instituto: al principio despista porque no sabemos quiénes son ni qué hacen ni qué pretenden; tras unos minutos interminables tanto deambular amenaza con aburrir, pero al final despierta el interés cuando el espectador se da cuenta de que muchos de esos paseos empiezan, se entrecruzan o terminan con un suceso contemplado en una secuencia previa. Elephant se toma su tiempo para empezar a introducir significado en las imágenes, y el efecto inmediato de esta estrategia narrativa es una mezcla de fascinación y despiste que puede tomarse tanto como una genialidad como un derroche sin sentido de principiante. En segundo lugar, eso que únicamente está en nuestra cabeza: igual que Mercurio es un planeta difícil de ver en el firmamento porque está demasiado cerca de una fuente de luz cegadora, es imposible ver Elephant como lo que oficialmente pretende ser: una ficción cinematográfica cuyo parecido con la realidad es «puramente casual» (lo dice en los créditos, que para eso me quedé hasta el final). Y es que sin los sucesos de Columbine del 20 de abril de 1999 esta película no existiría. Van Sant lo sabe, el equipo técnico y el artístico lo saben, la crítica y el público lo saben, todos lo saben… pero no se dice por alguna extraña y/o rebuscada razón; igual que el elefante al que hace mención el título (la expresión inglesa elephant in the room se usa para designar problemas enormes que todos ignoran a propósito).

Elephant muestra en concatenación esos universos adolescentes en los que los mayores simplemente no existen (en la película, los únicos adultos que aparecen son los trabajadores del instituto y el padre de uno de los alumnos. Están ahí como si formaran parte del edificio, pero no aportan nada ni interesan a los estudiantes) y los jóvenes se pasan el rato deambulando por los pasillos del instituto. Se desplazan de un lado a otro, se encuentran con colegas y semidesconocidos, charlan de todo y de nada, siguen su camino… Semejante caracterización me parece una aproximación muy exacta de lo que pueda llegar a ser el universo para un adolescente (tienes razón Lapor, esos planos son casi una encarnación de la adolescencia): a determinadas edades o en determinadas circunstancias, llega un momento en que no hace falta ser un descerebrado ni un desequilibrado para tener una sesgadísima percepción de la realidad, habitar en un mundo mental tan cerrado donde sólo caben nuestros propios deseos y odios inexplicables. Esa mirada que no puede/quiere/sabe ver más allá es la que retrata la cámara durante los largos planos sostenidos de la primera parte: un universo que se limita a lo que abarca el instituto, espacios que únicamente tienen sentido para quienes los habitan cada día. De ahí a creer que más allá de esos muros no existe nada hay un paso.

La película no trata en ningún momento de justificar o explicar las acciones o los comportamientos que retrata, se limita a mostrar y a dejar que la fascinación de las imágenes supla la ausencia de informaciones (esto está milimétricamente diseñado y yo lo atribuyo enteramente al saber hacer de Van Sant), permitiendo que, poco a poco, de las recurrencias y las coincidencias surja un relato. El significado hace su aparición casi al final, cuando los acontecimientos alcanzan aquello que todos sabemos que sucederá. Sólo entonces la cámara y la narración abandonan el instituto para mostrar a los dos protagonistas en casa la víspera del día elegido: les vemos jugando con videojuegos (violentos, por supuesto), viendo un documental sobre Hitler, interpretando sentidamente a Beethoven al piano, duchándose juntos por la mañana… Todo junto componiendo la exposición indirecta de motivos más simplificadora, burda y penosa de todo el filme, como si esta sarta de tópicos bastara para explicar todo lo que vendrá a continuación. Después de este único desliz, Van Sant retoma la narración con maestría: el azar, la provocación, el destino fatal, dan sentido a los paseos y conversaciones ya vistos de cada uno de los personajes. Reacciones valientes, temerarias, patéticas, estúpidas, desesperadas…, todo adquiere sentido –trascendente o banal, tanto da; pero eso es bueno– una vez sabemos lo que les acaba sucediendo en aquella mañana fatídica. Al final las imágenes acaban componiendo un relato diseñado cuidadosamente, no con la claridad meridiana de la narración clásica, pero sí con la ventaja de un estilo más experimental capaz de enganchar al cuerpo y luego arrastrar a la mente. Yo pensaba que esta parte final quedaba explícitamente fuera de la película, lo que la haría más inquietante, y por eso tenía en mente otro título para esta entrada: «el día antes de la violencia».

Elephant me parece una película valiente porque se atreve a experimentar narrativamente con un suceso real que la sociedad estadounidense prácticamente acababa de digerir, igual de valiente que Diane Keaton, que aportó su dinero a un proyecto tan polémico sobre el papel, e igual de valiente que HBO, por demostrar una vez más que apuesta por formatos y temas no siempre cómodos para el espectador.

 

NOTA:

Sound of Noise


Título original: Sound of Noise Año: 2010 / País: Suecia / Francia / Duración: 102 min /Director: Ola Simonsson, Johannes Stjärne Nilsson/ Guión: Ola Simonsson, Johannes Stjärne Nilsson, Jim Birmant / Fotografía: Charlotta Tengroth / Música: Magnus Börjeson, Fred Avril/ Reparto: Bengt Nilsso, Sanna Persson , Magnus Börjeson / Sinopsis: Cansados de la sociedad en la que viven, un grupo de percusionistas decide crear un grupo de acción artística. Un inspector de policía con un odio irracional por la música intentará capturarlos.

Poster

Bansky con baquetas.

Desde hace un tiempo da la sensación de que casi todos los libros y películas que  exporta últimamente Suecia son de policías e investigadores.  Sound of Noise es una comedia, un musical y un filme político que, para no desentonar, también se ha vestido de película de investigadores. Por el qué dirán y esas cosas.  Ha sido premiada en varios festivales, lo que, con los Oscar bastante devaluados, ya invita a sentir curiosidad por ella.

A pesar de haber nacido en una familia de virtuosos , el inspector Amadeus Warnebring es un negado total para la música.  Por este motivo su familia lo mira con desdén y lo considera una oveja negra y el responde con odio hacia todo lo musical.  Su último caso tiene que ver con un misterioso grupo de terroristas que irrumpen en lugares asociados con la política, las clases altas, los medios de comunicación y las finanzas. Lo peculiar es que no producen víctimas,  sino música, y dejan en la escena del crimen un metrónomo como marca personal.  Las fuerzas del orden público, sin pararse en esos detalles, lo tomará como una amenaza, mientras que Amadeus intenta llegar a los responsables: un quinteto de músicos en paro que quieren llevar a cabo una gran obra maestra.

foto del reparto

Sound of  Noise es aún una película muy reciente,  sin apenas recorrido comercial. En Francia y en Suecia, los países coproductores, no ha podido verse hasta la última semana de 2010 y a fecha de redacción de esta crítica (enero de 2011)  no ha sido estrenada en España.  Aunque tiene antecedentes en un corto realizado en 2001 por los mismos autores (p0dría considerarse incluso como la secuela),  el tema es actual y refleja el espíritu decepcionado de la generación que se ha convertido en víctima de la gran crisis económica.  Al mismo tiempo la brutal respuesta policial también forma parte del ambiente de pérdida de libertades civiles que apareció en la década de los años 2000. Por otra parte,es una película que reflexiona sobre los límites del arte y su función en la sociedad, uniéndose a las corrientes que reclaman el uso del espacio público para la libre expresión, la creatividad activista y  el abandono del egoísmo del artista por el retorno a la obra anónima y colectiva.

Pero al mismo tiempo funciona para todo tipo de espectadores porque se trata de una comedia ingeniosa.  La fuerza cómica está, sobre todo,  en algunos personajes.  El policía y la ironía de su sordera musical pone ya una base de absurdo. Los personajes secundarios, como el casero mafioso, crean otra capa encima y el grupo de percusionistas también es una colección de individuos singulares: el violento, el poético, el obsesivo…

Más incluso que una película,   Sound of Noisees un espectáculo musical. Las performances del grupo son cada una una sorpresa, una provocación y un placer y se espera durante todo el tiempo a que llegue. Aprovechan todo en lo que muchos artistas han trabajando en los últimos años y lo adaptan de manera perfecta al cine, añadiendo grandeza y humor.

Por tanto, Sound of  Noise , muy bien valorada por la crítica y apreciada por los espectadores que la han visto, puede convertirse en uno de los títulos europeos que más éxito tengan en 2011 y es el nuevo regalo del cine sueco después de Déjame entrar (2008).  Al igual que esta, usa  una mezcla de géneros -en este caso el musical, el político y la comedia-  para refrescar el cine y desmentir el agotamiento de los géneros. No es la mejor película europea del año pero sí puede lograr que los europeos nos sintamos capaces de hacer un cine tan atractivo como el de Hollywood pero con más calidad y originalidad. Muy recomendable.

Lo mejor:

  • Las escenas musicales y su tremenda imaginación.
  • La interpretación del personaje de Amadeus, el inspector de policía.
  • La mezcla de géneros.

Lo peor:

  • El personaje principal femenino esta mal aprovechado.  Su rebeldía no llega a cautivar y la trama amorosa en la que está inmersa no es convincente.

HAY QUE VERLA PARA: Aprender que cualquier cosa que nos rodea es capaz de producir música y que a veces la música es mejor arma que las balas.

Ven Y Mira (Masacre)


Título original: Idi i Smotri / Año: 1985 / País: Unión Soviética / Duración: 142 min / Director: Elem Klimov / Guión: Ales Adamovich y Elem Klimov / Fotografía: Alexei Rodionov / Música: Oleg Yanchenko / Reparto: Alexei Kravchenko, Olga Mironova, Liubomiras Laucevicius, Vladas Bagdonas, Victor Lorents… / Sinopsis: Florya es un adolescente en la Bielorrusia de 1943, en plena Segunda Guerra Mundial, que se une a los partisanos soviéticos para luchar contra los nazis. Florya inicia así un espeluznante viaje a través del horror y la desolación.

 

 

 

Florya (Alexei Kavchenko) es un adolescente en la Bielorrusia de 1943, quiere ser guerrillero y luchar contra los nazis que han invadido su país. Cuando «Ven y Mira (Masacre)» empieza, Florya se halla en las afueras de su aldea buscando, entre los cadáveres de las víctimas de un bombardeo aéreo, un fusil que le permita unirse a los partisanos que operan en la zona. Consigue su arma y se marcha con los guerrilleros con la alegría del niño que se va de vacaciones a un campamento de verano. Pero la guerra no es una fiesta y la película se convierte en un paseo a través del horror, la desolación y la muerte. En los tres o cuatro días que dura la narración, el niño, horrorizado por lo que se ha visto obligado a contemplar, acabará convertido en un viejo.

«Ven y mira (Masacre)» es una de las mejores películas de la historia del cine. Con guión de Ales Adamovich y Elem Klímov y dirigida por este último, el film no es conocido por el gran público pero sí por muchos guionistas y directores que lo han tomado como referencia a la hora de trabajar en películas bélicas. Habría que preguntarle a Quentin Tarantino, pero yo aseguraría que la secuencia del inicio de Inglorious Basterds en la cabaña es un homenaje a «Ven y Mira»: El decorado, la luz, el juego de cámara de la producción norteamericana es igual a una de las escenas iniciales de la película soviética (aquella en que se nos presenta a la madre y hermanas del protagonista y la cabaña en la que viven).

 

 

Una de las razones por las que «Ven y Mira» es una gran película reside en el tratamiento que se hace del antagonista de la historia: se le muestra muy poco a poco, con una gran dosificación. En este caso se trata de los nazis pero este recurso dramático se puede aplicar, igualmente, al monstruo de un guión de terror o a cualquier villano cinematográfico que se desee que inspire auténtico miedo al espectador: Durante el primer y segundo acto no logramos ver claramente ni a un sólo nazi, sólo sabemos que están ahí porque observamos el resultado de sus obras: los cráteres que han dejado sus bombas, los cazas alemanes sobrevolando el cielo, paracaidistas que descienden a lo lejos, las botas de un soldado alemán que pasa muy cerca de donde está escondido Florya… Y así a lo largo de casi toda la película. Los nazis parecen ser un fantasma sin rostro, al que nunca se ve pero que parece estar en todas partes. Sólo se sabe de él cuando dispara, mata, bombardea… nunca lo vemos y parece omnipresente.

 

 

Hasta que llega el tercer acto. El punto de giro que nos hace pasar del segundo al tercer bloque es ese: llegan los nazis y ahora sí que los vemos, ¡vaya si los vemos!

Otra de las razones por las que «Ven y Mira» es una obra maestra: la manera en que Klímov sabe provocar angustia y horror en el espectador sin recurrir a mostrar demasiada violencia, sangre o cadáveres destrozados en la pantalla. En el tercer acto, terrible, utiliza la técnica del fuera de campo haciendo que lo importante de la escena suceda en un lugar distinto al que la cámara nos enseña. Esto, habitualmente, sirve para aumentar el interés del espectador y hacerle desear ver lo que sucede. En Ven y Mira, en cambio, te imaginas lo que está pasando fuera de campo y no tienes ninguna gana de que la cámara te lo muestre, TEMES que lo haga. El horror es más terrible porque te lo imaginas. Y la imaginación es más poderosa que cualquier escena explícita.

Si consigues aguantar entero el angustioso tercer acto, te sugiero que dejes pasar unos días y vuelvas a ver la película distanciándote de ella emocionalmente. Entonces podrás apreciar la belleza estética de «Ven y Mira», de sus planos secuencia en los que la cámara no deja de moverse ni un momento y ni siquiera lo notas por lo integrado que está su movimiento con la acción, en la coreografía perfecta de actores y cámara en las escenas de masas, en la poesía que Elem Klímov supo extraer de la luz, el sonido, los cuerpos en movimiento…

 

Boicot al censor


Cautivos de la ignorancia pero libres para elegir

 

El arte es parte de la cultura y ésta es la base del progreso en una civilización. Por esto, la cultura es un bien común que los representantes del pueblo han de proteger, de mimar y de facilitar a todos los ciudadanos. Lamentablemente, una sociedad culta e inteligente es también una que habrá desarrollado mayor capacidad de pensar por sí misma, lo que supone un obstáculo para según qué prácticas políticas. El problema es que si una sociedad no avanza se acaba muriendo. No parece preocuparle mucho nada de esto a los políticos que, no nos engañemos ni que nos engañen, viven del aquí y ahora.

Este es un asunto que ha ido más allá de lo que, desgraciadamente, aún piensan muchos al rebajarle importancia. En los últimos tiempos se han atropellado algunas de las bases que sostienen esta pseudo-democracia, desde la presunción de inocencia hasta la libertad de expresión. Hoy vivimos el último capítulo de este cuento cuya moraleja vapulea al ciudadano y premia al extorsionador. Camuflada bajo la Ley de Economía Sostenible, en una treta obscena del Gobierno, la Ley Sinde pasa por el Congreso de forma tan impositiva que deja un desagradable sabor a rancio, acartonado, a otros tiempos grises, inquisitoriales, impotentes.

Es obvio que la opinión manifiesta del pueblo les importa a sus representantes menos que la final femenina de petanca. Por eso, no queda otro remedio que ser consecuentes con nuestros principios jugando con las reglas que nos imponen. Hace un tiempo, algunos cineastas como Fernando Trueba, Martínez-Lázaro, Icíar Bollaín y otros muchos, firmaron un manifiesto a favor de este activismo gubernamental que tan hipócritamente dice defender la propiedad intelectual cuando lo único que preserva son las fortunas de algunos a la misma vez que asesta un golpe terrible a la cultura.

Puede que a partir de ahora nos lo pongan difícil para acceder a la cultura, pero todavía conservaremos el derecho a elegir. Y mientras siga siendo así, quizá lo más coherente sea huir de la obra de estos artistas que se venden como adalides del socialismo patrio. Sinceramente, si esto es socialismo lo de Blas Piñar es marxismo-leninismo como poco. Si entre esos artistas hay algún verdadero amante del cine, algo que sería contradictorio, podría recordarles a los demás aquel “Novecento” de Bertolucci para que aprendiesen a presumir de ser socialistas, como decían en la película, con los bolsillos rotos.

Bon appétit


Título original: Bon appétit / Año: 2010 / País: España-Alemania-Suiza / Duración: 91 min / Director: David Pinillos / Guión: David Pinillos, Juan Carlos Rubio, Paco Cabezas / Fotografía: Aitor Mantxola / Música: Marcel Vaid / Reparto: Unax Ugalde, Nora Tschirner, Giulio Berruti, Herbert Knaup, Elena Irureta, Xenia Tostado. / Sinopsis: Daniel, un joven y ambicioso chef español, acaba de conseguir trabajo en un restaurante de Zurich. Su talento le servirá para progresar, pero no podrá evitar que su relación con Hanna, la atractiva sumiller del restaurante, se transforme en algo más que una simple amistad.

David Pinillos dirá lo que quiera, pero Bon appétit (2010) es una muestra condenadamente eficaz de lo que debe ser una comedia romántica indie. Sin embargo, en sus declaraciones, remacha su intención de presentar unos personajes reales, con sus altibajos y contradicciones, en las antípodas de lo que solemos ver en este género. Puede que sea así, pero la banda sonora, la selección de escenas y su desarrollo lo desmienten con sutil rotundidad: es posible que estadísticamente demos con una secuencia de acontecimientos como los que muestra la película en la vida real, pero es tan inverosímil como la letra de cualquier bolero. Pero eso es normal, y es bueno que sea así en Bon appétit, porque significa que es una buena comedia romántica.

O si no cómo explicar la forma tan divertida, encantadora y nueva que tiene el filme de dar a conocer a Hanna (una Nora Tschirner que se ha ganado el puesto de Fetiche del mes), desprendiendo encanto en su mirada, su pelo y sus gruesos jerseis de cuello alto (gracias Lapor). Yo también quiero que una mujer como Hanna me eche miraditas mientras compro en el mercado, o que se asome a la cocina cuando medio discuto con mi madre por cosas de la vida y del amor. Seamos realistas: eso sólo sucede en el cine romántico más clásico.

Al final, los requisitos de toda ficción se imponen a los deseos de realidad imperfecta que propone Pinillos, y no porque le haya salido el tiro por la culata, todo lo contrario. Quizá el deseo de distinguirla de la legión de filmes románticos que se estrenan cada mes le llevaran a desmentir su propio e impecable trabajo.

Creo que la mejor definición de la película es la de Irene Crespo en Cinemanía, quien señalaba que el imaginario laboral y sentimental (en una palabra, generacional) que refleja es el de los erasmus nostálgicos que tan bien mitificó para la ficción Cédric Klapisch. Jóvenes casi en la treintena que se lo pasaron de miedo durante seis meses en alguna universidad europea y que asocian un trabajo –creativo, por supuesto– en el extranjero al éxito personal. Una actividad que, de paso, les permite experimentar una especie de prolongación de su alocado pasado universitario: conocer gente nueva, sexo sin compromiso, fiestas, alcohol y debates hasta la madrugada… Una vida con billete de vuelta garantizado, porque siempre quedará la familia, los amigos y una ciudad natal adonde regresar con una chica encantadora y charlar de los recientes viejos tiempos. La generación erasmus comienza a tomar el relevo y eso tiene que notarse en su cine. De momento las primeras impresiones son favorables.

Bon appétit es una excelente muestra de ese cine español que apuesta por rodajes en inglés, con reparto y localizaciones internacionales. Otro buen debut en el largometraje a la altura de cualquier director occidental. Probablemente sea la mejor vacuna contra el costumbrismo casposo que ha atrofiado durante décadas la industria del cine autóctono.

NOTA:

La Claqueta, un nuevo soporte para el cinéfilo


Hoy, lunes 29 de noviembre de 2010, nace La Claqueta, webzine con la mirada puesta en complacer al sector del público que busca una opinión profesional y fundamentada sobre películas de todos los tiempos.

Hace casi un lustro que comencé a publicar artículos en la red, normalmente bajo el seudónimo Rick Richards, tanto en colaboraciones con otras webs como en mis blogs personales. Aterricé en el universo blogger con El quimérico inquilino, que comenzó siendo una trinchera donde dar rienda suelta a mis reflexiones sobre la vida, la sociedad y la actualidad.

Cuando dejaron de suceder cosas que me motivasen a escribir sobre ellas es cuando empecé a compaginar las columnas personales con críticas. Debido al éxito de aquellos posts me vi moralmente obligado a crear un blog exclusivamente para las críticas cinematográficas. Así nació el efímero Hotel Overlook, un parto prematuro, una buena idea que tuvo la mala suerte de aparecerse en el peor de los momentos. 

Ahora, con bastante experiencia profesional e internauta, mejores medios y circunstancias, me desprendo de la capa de Rick Richards y destapo mi útimo proyecto con el compromiso del rigor. Paulatinamente iré introduciendo algunas de las antiguas críticas junto con las nuevas ya que sería una pena perder todo el contenido anteriormente publicado. Igualmente, se podrán encontrar aquí las colaboraciones realizadas para otros medios.

Pretendo que La Claqueta quiere sea la alternativa a las más conocidas revistas online cuya necesidad por cubrir la actualidad les hace dar absoluta prioridad a las noticias o estrenos del momento. Por ello, en esta web descarto actuar como medio de comunicación de la información noticiosa para centrarme en la información orientativa, en especial de aquellas obras que, por desconocidas o fuera de actualidad, no tienen mucha cobertura en los medios y resulta menos sencillo para el espectador encontrar una opinión profesional, que no tenga una procedencia profana. Todo ello no implica que se discriminen las obras más actuales o más célebres, pues el objetivo es conseguir un contenido lo más completo posible.

No obstante, pese a que el mayor conocimiento en una materia garantice cierta fiabilidad, al final todo está sujeto a la percepción subjetiva de cada uno. La opinión irrefutable no existe y todas las obras tienen su público.

Luces, cámara… ¡Acción!